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Dueña

Al recordar la narración histórica del Descenso de la Santísima Virgen de la Capilla a la ciudad de Jaén, la noche del 10 al 11 de junio de 1430, revivimos sus desvelos maternales. Aunque la Santa Sede o la autoridad diocesana no se hayan pronunciado sobre el carácter sobrenatural del Descenso, existen datos históricos que avalan esta milagrosa aparición mariana. Por eso los jiennenses han querido agradecer este prodigioso suceso a la Santísima Virgen, bajo la advocación de la Capilla, proclamándola Patrona (Pio XII, 1950) y Alcaldesa Mayor (1967) del Santo Reino.

Como la fe busca entender, según san Agustín, esta devoción se apoya en la tradición, basada en la información testifical recogida en un acta notarial, y no en la mera leyenda, como sostuvo el deán Martínez de Mazas. El ensayo más completo de crítica histórica sobre el Descenso lo ha abordado el periodista Vicente Montuno Morente (1898-1975) en “Nuestra Señora de la Capilla, Madre, Patrona y Reina de Jaén” (Madrid, 1950). Cuando acaece este prodigioso suceso reinaba en España Juan II de Castilla, que, con el condestable Álvaro de Luna, vencería a los musulmanes en la batalla de La Higueruela, en Sierra Elvira (Atarfe). Jaén sería reconquistada en 1246 por Fernando III el Santo. Aunque no había nacido la reina Isabel I, quedaba algo más de medio siglo para la toma de Granada por los Reyes Católicos.

La información del portentoso hecho histórico fue recogida el 13 de junio, en un pergamino auténtico que se conserva en el Archivo de la parroquia de San Ildefonso, ante la presencia de la autoridad competente canónica, el vicario general y juez eclesiástico Juan Rodríguez de Villalpando, siendo obispo de Jaén don Gonzalo Zúñiga. El resumen de la declaración armonizada de los testigos y el sentir de la tradición relata que iban siete mancebos vestidos de blanco, con siete cruces; luego, hasta veinte personas, a manera de clérigos, vestidos de blanco, en filas y rezando. Detrás una dueña o señora, vestida asimismo de ropas blancas, con un manto que arrastraba. Llevaba en su brazo derecho un Niño, como de un año, vestido de blanco y muy hermoso. De la Señora y el Niño salía un resplandor tan grande que veían las casas y las calles como si fuera mediodía. A la derecha de la Señora iba un clérigo parecido a san Ildefonso; al otro lado iba una mujer (una laica, santa Catalina de Alejandría). Detrás de la Señora, trescientas personas, las mujeres delante y los hombres detrás, todos vestidos de blanco y juntos, no en procesión. Después, hasta cien hombres armados. Todos eran ángeles y santos para acompañar a su Reina.

El recorrido discurrió desde la Catedral hasta San Ildefonso, donde la Señora se sentó en un trono de plata. Eran las doce de la noche del 10 de junio. La Santísima Virgen bajó a Jaén para tomar posesión de la ciudad y defenderla de sus enemigos. Felipe II manifestó al conocer esta aparición mariana que entre los grandes milagros era el mayor. En el retablo del Descenso, el tallista anónimo reflejó la tradición oral de Jaén; la imagen de la Virgen (estaba en una capilla y de ahí la advocación) recibía culto antes del Descenso, y una testigo identificó con la “Dueña” del cortejo. Todo el agasajo y culto (Eucaristías, Novena, Rosarios, Ofrendas florales con trajes de chirris y pastiras) que se profesa a la “Dueña”, constituyen actos de hijos agradecidos. En 1930 fue coronada por el obispo Manuel Basulto Jiménez, que, como recompensa a su cariño, le concedería seis años más tarde la caricia y la gracia del martirio, por paradójico que parezca; en 1956 fue recoronada por el obispo Rafael García y García de Castro.

Pero donde realmente quiere reinar es en el corazón de cada jiennense. Por eso, anhelamos con emoción acompañar este sábado a la “Dueña”, como en la noche del Descenso. La curiosidad se desborda por adivinar qué manto (entre los 22) elegirá la Hermana Mayor de la Cofradía, como manifestación de orgullo filial: ¿el blanco de damasco bordado con tisú de oro, obsequio de Isabel II en 1864; el rosa de seda bordado y encaje en plata de la Coronación; el rojo de terciopelo bordado en oro regalo de los Condes de Corbull…? En cualquier caso, piropearemos a nuestra Madre: ¡Guapa, guapa, guapa!