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Gaudeamus igitur

“Alegrémonos pues”, es la traducción del primer acorde del himno universitario por excelencia que se entona en lengua vernácula en los actos académicos de comienzo y final de curso.

Se comenzó a cantar en las universidades alemanas del siglo XVIII, y después se extendió a la mayoría de las universidades europeas, y su texto fue hallado en la Biblioteca Nacional de Paris, que data del siglo XIII. Aunque no se pueda decir que su contenido sea estrictamente académico –de ahí que se omitan algunas frases por incorrectas- es una alabanza a la juventud, se hace una reflexión sobre la brevedad de la vida, y se alaba a la universidad, los profesores y la sociedad, entre otros.

Traigo a colación esta referencia universitaria porque he tenido la suerte de volver a rememorar la semana pasada -al ser invitado a impartir y participar en un curso de verano en el Colegio Mayor Albayzín de Granada- aquellos inolvidables cinco años universitarios caracterizados por la búsqueda del amor a la verdad, la curiosidad intelectual, el rigor, la humildad, la laboriosidad y en forjar inolvidables lazos de amistad, que imprimen una huella indeleble y una determinada “forma mentis” necesaria para afrontar los retos futuros en la sociedad.

Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, se logra valorar más, si cabe, toda la labor de formación que acompañaba a la justamente académica  –imprescindible para adquirir los conocimientos técnicos de las distintas disciplinas- que, siendo importante, se comprueba que era insuficiente e incompleta. Desde luego, no era comparable la vida universitaria de un estudiante en un piso que en un Colegio Mayor, no sólo por las múltiples prestaciones materiales que te ofrecían estas instituciones, como el alojamiento, la comida o el lavado de ropa, sino todo un conjunto de actividades culturales, deportivas, religiosas y formativas que, siguiendo el sistema de los “colleges” anglosajones como los de Oxford o Cambridge, se hacía presente el sistema educativo personalizado del “tutorial system” con prestigiosos catedráticos, profesores y alumnos de los últimos cursos.

Quizá esta institución de rancio abolengo universitario, desgraciadamente, haya perdido actualidad y vigencia por la profusión de Facultades que se han creado en todas las ciudades, que permite a los estudiantes no moverse de su residencia, y con ello privarse de esta enriquecedora y decisiva experiencia formativa.

Todavía recuerdo con verdadera añoranza la ayuda personal que supuso las constantes tertulias y conferencias que se celebraban sobre materias de la disciplina universitaria propia o de carácter general, entre otras cosas porque en más de una ocasión te encargaban invitar y presentar a un catedrático, magistrado, abogado, deportista, empresario, artista, periodista o político. Ello exigía aprender a hablar en público con propiedad, superar los respetos humanos, fomentar la iniciativa, tomar parte activa y reflexionar para hacer las preguntas acertadas. Y después había que adquirir la destreza para redactar y enviar a los periódicos locales una reseña de la conferencia o tertulia. En otros asuntos más prosaicos se aprendían multitud de detalles, desde hacerse el nudo de la corbata ya fuera el simple, el Windsor o el doble, hasta las normas más elementales de protocolo y educación en la forma de vestir y de comer.

Todos estos recuerdos se me agolpaban en la memoria con la intervención en este curso de verano, y no pude por menos que emocionarme al leer una placa conmemorativa de las bodas de oro del Colegio en la que se agradecía a san Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, que inaugurara personalmente en 1945 la residencia universitaria Carmen de las Maravillas, en el barrio del Albayzín, que luego se trasladaría a la sede actual. En esta inscripción se lee: “(…) los antiguos y actuales colegiales dejamos constancia de nuestro agradecimiento por el espíritu cristiano que aquí recibimos, que nos ha permitido conocer y tratar a Dios con más intimidad y orientar nuestra vida y trabajo al servicio de la sociedad”. Con el paso de los años comprobamos con gran alegría cómo ése mismo espíritu universitario es el que procuramos vivir al servicio de la sociedad.