Archivo por meses: May 2015

El rey va desnudo

Después del incontestable batacazo electoral del partido que, a la vez, continúa siendo el más votado en las recientes elecciones autonómicas y locales, su presidente traslada a la opinión pública el mensaje de que está “muy cómodo y tranquilo” (Rajoy dixit).

Pese a que esta formación política ha perdido más de dos millones y medio de votos, la autocrítica y el análisis que se ha realizado en el seno de su Comité Ejecutivo se ha limitado a constatar que estos resultados entran dentro de los parámetros normales del desgaste de la acción de gobierno, para, acto seguido, insistir en su única preocupación: la mejora de la economía y de la comunicación.

No sabemos si la comodidad y tranquilidad de la que hace gala el presidente del Gobierno obedece al informe interno de su conocido y mentado sociólogo de cabecera, a punto de jubilarse, que antes de celebrarse estos comicios le daba un sorprendente consejo a su cliente: les interesaba perder tanto las elecciones andaluzas como las del pasado domingo. De esta forma, el partido socialista se vería tentado y abocado a pactar con Podemos, con tal de alcanzar el poder y echar a su principal adversario político, pero los resultados electorales de este pacto envenenado serían nefastos porque provocarían la desafección y rechazo en sus correligionarios socialistas, al consumarse acuerdos con el partido populista bolivariano.

Ese escenario sería el más propicio –concluye el asesor demoscópico– para que aumente la intención de voto del actual partido del Gobierno y, en consecuencia, volvería a ganar las próximas elecciones generales.

Esta situación me trae a la memoria la fábula infantil que en el siglo diecinueve compuso el escritor danés Andersen “El rey desnudo”, que, a su vez, está basado en los cuentos ejemplarizantes de la historia medieval española, reflejada en “El conde Lucanor” del infante don Juan Manuel. La historia es la de un rey muy preocupado por su vestuario. Un día escuchó a dos charlatanes, sin saber que lo eran, decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que se pudiera imaginar. Esta prenda tenía la cualidad de que era invisible para los estúpidos. Ni que decir tiene que se trataba de dos pícaros que se dedicaban a engañar a la gente. Toda la ciudad estaba expectante para ver el fabuloso traje del rey y, sobre todo, para comprobar lo estúpidos que eran quienes no lograran ver la prenda. Los dos estafadores hicieron como que vestían al rey y éste, temeroso de que se le tachara de estúpido, no reconoció su desnudez y procedió al desfile. Todos alababan el magnífico traje del rey, para que nadie pudiera tacharlos de tontos. De repente un niño dijo: “¡Pero si va desnudo!”. Entonces empezó el gentío a cuchichear esta frase, hasta que la multitud la secundó y dejó de engañarse, porque el rey, en efecto, iba desnudo.

Así es como el establishment del poder constituido –políticos, sociólogos y medios de comunicación afines– pretenden hacernos pasar por estúpidos y que veamos lo invisible: que el centro-derecha español está estupendo (la lista más votada). Pero la realidad es muy distinta: ¡Rajoy va desnudo!, de derrota en derrota (europeas y andaluzas) hasta la derrota final (las generales).

Menos mal que, en este caso, el engaño ha durado poco tiempo y después del paripé de la búlgara reunión poselectoral se ha roto el dontancredista consenso por quien nada tiene que perder ni pedir, y algunos han hecho un increíble e inusitado ejercicio de responsabilidad y de democracia interna. En esta ocasión –ahora o nunca– hasta cuatro barones regionales anuncian su retirada y le señalan el mismo camino a Rajoy, ante su política carente de liderazgo, centrada únicamente en la economía, al haber renunciado y traicionado los valores y principios fundacionales, siendo esta traición la causante de la debacle electoral.

Así pues, Rajoy se tendrá que “mirar al espejo” y, sobre todo, habrá que “refundar sin límites” este partido, al que él ha hecho irreconocible desde el Congreso de Valencia; y mira que se lo ha advertido, pero con poco éxito, quien lo nombró a dedo. Y es que está en juego el futuro del centro-derecha y del proyecto nacional que éste representa.

La tela de araña

Acaba de saltar a la opinión pública el elocuente audio de la reunión mantenida entre la que fuera Delegada de Empleo en Jaén de la Junta de Andalucía y los directores de su departamento, antes de las elecciones andaluzas de 2012.

Cuando se dice que el partido que gobierna esta región –va para cuatro décadas, número bíblico y con reminiscencias preconstitucionales– ha instaurado un régimen, no es una exageración. Tampoco lo es cuando se critica que su gobierno autonómico confunde lo público con los intereses de partido. De tal forma que, como se dice de forma jocosa pero acertada, “la pesoe” es la empresa más potente de Andalucía, sin que nadie pueda hacerle sombra.

En el fondo se trata de seguir manteniendo una concepción trasnochada y superada del llamado socialismo real, asfixiando la iniciativa privada, para así acrecentar el poder en todos los sectores de la sociedad. La imagen de la tela de araña es una descripción precisa del régimen socialista anclado en Andalucía, que imitó al caciquismo como sistema clientelar y tomó del franquismo el proteccionismo paternalista al obrero.

La Administración Pública andaluza, si por algo se caracteriza, no es por servir con objetividad a los intereses generales y actuar de acuerdo con los principios de eficacia, descentralización y desconcentración. Antes por el contrario, desde que se constituyó la primera Junta preautonómica (1978), que fue socialista, se encargó de infestar y penetrar ideológicamente y de forma partidista todas las instituciones, hasta bunkerizarlas, impidiendo que pudiera ser gobernada por otro partido político. Esto se ha trasladado a la inmensa mayoría de las Diputaciones y Ayuntamientos, alcanzando mayor éxito en los pueblos que en las capitales de provincia.

La red de influencia ideológica se ha trasladado al poder económico financiero, invadiendo los órganos de gobierno de las Cajas de Ahorros que, lejos de atenerse a criterios profesionales, han servido para sufragar los intereses de los amigos, cuando no para financiar irregularmente el partido. Los medios de comunicación autonómicos, especialmente Canal Sur, sólo han servido para la propaganda de los intereses partidistas, eludiendo cualquier atisbo de libertad informativa y de crítica al poder, ejerciendo una extraordinaria manipulación goebbeliana.

Otro tanto se podría decir de la ideologización de la educación pública, convertida en laicista y niveladora por abajo, en la que se mantiene una aversión, cuando no persecución, contra la libertad de los padres expresada en la enseñanza concertada, limitándola a un veinte por ciento, cuando en otras comunidades supera el cincuenta por ciento; eso sí, obteniendo las mayores tasas de fracaso escolar de toda Europa.

Andalucía ha sido inundada de sociedades mercantiles y empresas públicas, debidamente copadas por personas afines, que impregnan todos los sectores sociales: parques naturales, turismo, hospitales, puertos, ferrocarriles, inspección de vehículos, infraestructuras, deporte, medio ambiente, juventud, automoción, parques tecnológicos, universidades, etc. Hasta con la catedral de Córdoba se quieren quedar. Por lo tanto, bien se podría decir: “nihil sine Junta”, nada es posible sin la Junta.

De ahí que no nos resulte extraño comprobar que el poderío de la “Unta S.A.”, con un presupuesto de treinta mil millones y con más de medio millón de funcionarios, a través de su entonces Delegada de Empleo en Jaén, se permita la licencia de arengar a su directivos advirtiéndoles de que su puesto de trabajo peligra si no ganan las elecciones; y que hay que dejar el trabajo en la oficina para salir como los testigos de Jehová y hacer campaña electoral con todos los empresarios. El audio, desde luego, no tiene desperdicio.

Recién detenida por la juez Alaya –la única que se ha atrevido a controlar al poder, en expresión de Montesquieu– tendrá que justificar ocho millones de euros gastados en cursos de formación. Entre los ERE y estos cursos llevamos unos seis mil millones de euros robados y mil personas imputadas. Y es que: “El poder corrompe; y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Lord Acton, dixit.

Hasta el extremo

Nos relata el evangelista Juan: “La víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn, 13,1). Hasta tal punto que Él, a quien los suyos –incluso Él mismo– llaman Maestro y Señor, se hace siervo, dándonos una lección de humildad al lavar los pies a sus discípulos. Poco después les da un mandamiento nuevo, por el que se reconocerá que son discípulos suyos: ”Que os améis unos a otros como yo os he amado”; y acto seguido afirma: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn, 15,12).

Esto es justamente lo que estamos celebrando durante esta semana; y estos dichos y estos hechos constituyen el programa más revolucionario que jamás haya existido: la caridad. “Caridad” es exactamente el nombre del amor sin límites –hasta más allá de cualquier extremo o límite– que Jesucristo nos tiene, amor que le lleva a entregar voluntariamente su vida, sufriendo la Pasión y Muerte en la Cruz, por todos y cada uno de nosotros.

Por eso, meditar de los acontecimientos sagrados que estamos reviviendo durante estos días no debería dejarnos indiferentes; tendrían que interpelarnos interiormente para corresponder ante tanta generosidad. Esto fue lo que hicieron los santos, personas normales como nosotros, con nuestros mismos defectos –pero con mucha más lucha contra ellos–, a quienes la meditación de la Pasión del Señor les llevó a dar un nuevo sentido y un gigantesco giro a sus vidas.

Acabamos de conmemorar los quinientos años del nacimiento de la primera mujer Doctora de la Iglesia, santa Teresa de Jesús, abulense, icono de la mística castellana del siglo de oro, fundadora del Carmelo, maestra de vida espiritual, poetisa y escritora insigne, cuya obra tiene un carácter universal; puede resultarnos estimulante pensar que a los cuarenta años –siendo ya religiosa–, contemplando una imagen de un Cristo muy llagado fue cuando recibió la gracia de empezar a amar tanto a Dios hasta lograr las más altas cimas de la espiritualidad. Ya en el siglo pasado, san Josemaría Escrivá, en su emblemático libro de Camino, en el punto 437 nos dice: “¡Si un hombre hubiera muerto por librarme de la muerte!… –Murió Dios. Y me quedo indiferente”; y en el 425: “¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y… no me he vuelto loco?”.

Realmente este es el peligro del hombre de todo tiempo, acechado por la mediocridad espiritual, cuando no por la indiferencia: ser incapaz de saborear y vislumbrar siquiera la sublimidad y la grandeza que encierran estos misterios. Pese a las masas ingentes de muchedumbres que vibran con las procesiones, nos puede suceder lo que expresa el dicho: “cuando el sabio señala a la luna, el necio mira al dedo”.

Por eso, rememorar estos acontecimientos históricos –al igual que ocurriera a los santos– es una invitación a responder a esa llamada apremiante de Nuestro Señor Jesucristo desde la Cruz, que nos exige compromiso, correspondencia y una respuesta generosa. En definitiva, sería vano y estéril que la Semana Santa transcurriera por nuestras vidas de la misma forma que lo hace el agua por las piedras, sin penetrar en ellas, sin sacar ningún fruto y provecho, salvo el meramente folclórico, social y cultural. Aunque esto último ya es algo, en cuanto que fomenta las relaciones sociales y puede contribuir a la mejora del turismo y la economía. De ahí que el Senado pretenda convertir la Semana Santa en un bien cultural, lo cual, dicho sea de paso, está muy bien, pero no deja de ser pobre e insuficiente en comparación con el extraordinario hecho religioso que representa.

Le preguntaba santo Tomás de Aquino a san Buenaventura de dónde sacaba la sublime doctrina que reflejaba en sus obras; y éste contestó mostrando un Crucifijo: “Ésta es la fuente de mi doctrina; de estas sagradas llagas brotan mis luces”. Y es que, aunque parezca insignificante, el hecho de llevar un Crucifijo, besarlo y tenerlo en la mesa de trabajo, nos puede servir para dar sentido cristiano a nuestra vida, porque siguiendo el refranero: “amor con amor se paga”.

Sostenella y no enmendalla

La recién finalizada Junta Directiva Nacional del partido del Gobierno, ha sido reveladora para confirmar la desafección que éste genera y acrecentar los inquietantes interrogantes que suscita.

Cuando un amplio sector social está reclamando una profunda regeneración democrática, se ha trasladado a la opinión pública la imagen de que los seiscientos integrantes de este acontecimiento no realizan ninguna pregunta o réplica a las impolutas e incontrovertidas posiciones de su Presidente.

Como se ha acreditado por los medios de comunicación, más de un participante se ha quedado con las ganas de intervenir, abierto el turno de palabra, para realizar alguna crítica o solicitar aclaración sobre algún extremo, al objeto de contribuir a mejorar el contenido del programa ante las próximas citas electorales. Pero, curiosamente, esta multitudinaria reunión ha sido lo más parecido a un “congreso a la búlgara”, que toma su nombre de los Congresos del Partido Comunista Búlgaro, cuyo candidato siempre obtenía unas sospechosas mayorías aplastantes, que si no eran del cien por cien, estaban muy cerca, aunque le faltasen unas décimas para alcanzar este porcentaje. Que los más de medio millar de políticos congregados en esta masiva reunión –todos ellos con sus prebendas y correspondientes canonjías– no hayan formulado ni tan siquiera una sola queja u objeción, dice muy poco en su favor, por anteponer sus intereses personales al descontento generalizado de sus ochocientos mil afiliados.

La única explicación posible es la amenaza velada de que “el que se mueva no sale en la foto”, lo cual nos da idea del grado de democracia interna de los partidos, y el farisaico paripé que se ha escenificado con esta farsa. Todo ha sido muy a la búlgara, a lo rajoyesco, a no hacer nada, a ponerse de perfil, con un manejo magistral de los tiempos, a aguantar –“aguanta, Luis” (Bárcenas), Rajoy, dixit–, al dontancredismo, a realizar esa política ratonera, a mantenerse con una defensa numantina a modo de “catenaccio”, haciendo gala de una nula empatía con los ciudadanos y cifrando todos los esfuerzos únicamente en la economía de tecnócrtas.

Y es que esas extrañas unanimidades en política, esa confianza ciega en el jefe que llama a rebato, esa imposición a la unidad, disciplina, lealtad y a no diagnosticar la grave enfermedad que le aqueja a este partido político, puede hacer que lo que comenzó con un simple catarro se agrave con una neumonía, y que acabe en un fatal desenlace. Así lo pone de manifiesto la evolución clínica de este enfermo que experimenta un progresivo agravamiento desde que en las elecciones europeas (2014) sufrió una sangría de más de dos millones y medio de votos, con respecto a la misma cita anterior. Recientemente en las elecciones andaluzas, ha continuado la hemorragia con una pérdida de medio millón de votos. Casi nada.

Se podrán aducir todas las justificaciones que se quieran: que si en las elecciones europeas la gente vota con el corazón y no con el bolsillo, como se esgrimió entonces, o que en Andalucía la derrota estaba ya cantada. Todas las pruebas y análisis son indiciarios de que dentro de un mes el agravamiento aumentará, pero en vez de hacer un diagnóstico valiente y sincero, la respuesta es, como la avestruz, meter la cabeza debajo del ala, seguir con esta política errática que ha impuesto “democráticamente” su líder.

Éste sólo cree en el tactismo estratégico de sus asesores demoscópicos. Sigue con el sostenella y no enmendalla, después de traicionar a su electorado, con su atonía apática que ha fomentado el populismo y el separatismo, demostrando la incapacidad para regenerar democráticamente las instituciones: el poder judicial sigue siendo una extensión del legislativo y ha apuntalado el ruinoso modelo autonómico a costa del contribuyente.

Las convicciones programáticas las ha diluido, en consonancia con su relativismo ideológico, dejando sin representación política a muchos de sus votantes. De todo ello va a tener que dar cuenta más pronto que tarde. El enfermo está en estado terminal. Las apuestas se centran en si llegara al solsticio de invierno o ni siquiera logrará superar el de verano.

Cuestión de conciencia

El espectáculo que está dando el partido del Gobierno durante esta legislatura en la defensa de la vida es sencillamente lamentable.

El último suceso ha tenido lugar el martes pasado, con la admisión a trámite por el pleno del Congreso de la proposición de ley de reforma parcial de la vigente ley del aborto (Ley Aído), en lo referente a la necesidad del consentimiento paterno para las menores de edad con intención de abortar.

Es un comportamiento deplorable, que muestra absoluta falta de coherencia, pretensión de confundir o engañar a su electorado, además de practicar actitudes injustas y antidemocráticas.

Recordemos que este grupo parlamentario proclamó de forma nítida la defensa del derecho a la vida en sus estatutos, en su programa electoral, en los congresos nacionales, en la subcomisión sobre el aborto, en las votaciones parlamentarias contra la ley Aído, en el recurso de inconstitucionalidad interpuesto por 70 diputados, en el Consejo de Ministros que aprobó por unanimidad el anteproyecto de ley de 2013 (Ley Gallardón) y en la votación secreta del Congreso de 2014, en la que 183 diputados populares rechazaban la pretensión socialista de retirar el anteproyecto.

Pues ahora resulta que, de forma sorprendente y repentina, se echa atrás en esta reforma, aduciendo falta de consenso con el resto de partidos políticos. Como si la vigente ley socialista se aprobara por consenso.

Este Gobierno relativista y acomplejado ha padecido dos grandes manifestaciones de los movimientos provida, ante el profundo malestar que produce su escaso nivel ético. El responsable del Ejecutivo ni siquiera ha sido capaz de explicar a la opinión pública ni a sus propios diputados –quizá porque sea inexplicable– las razones y motivos de este cambio radical ante el derecho fundamental más importante. Todo un ejercicio de abuso de poder y de falta de transparencia.

Han sido sólo cinco diputados y senadores –¿dónde están el resto?– quienes, por coherencia ética –por ser una cuestión de conciencia– han discrepado, con argumentos, de la disciplina de voto impuesta por el partido. Y lo que es más grave: se ha pretendido engañar y confundir a su electorado con este simulacro parcial de reforma, aduciendo que así se daba cumplimiento al programa electoral. Se ha intentado justificar lo injustificable, afirmando que en la vigente ley el aborto no era considerado un derecho, enervando de esta forma aún más a los ciudadanos a los que pretenden tomarnos por imbéciles.

Este Gobierno olvida que a gran parte de los que hasta ahora han sido su electorado natural sí que le importan los principios no negociables. Con esta reformita electoralista, el aborto continúa vigente como derecho durante las catorce primeras semanas de gestación, no se deroga; lo que se hace es trasladar el ejercicio de ese derecho desde las menores a sus padres o representantes legales y, en caso de conflicto, a la decisión del juez.

En consecuencia, tras aprobar esta proposición de ley seguirá el aborto libre como derecho hasta las 14 semanas, para las menores de edad (con esas indicaciones) y para las que no lo son; también será un derecho el uso eugenésico del aborto hasta las 22 semanas y sin límite de plazo en enfermedades extremadamente graves e incurables, como la ceguera o la falta de un miembro.

En definitiva, este modo frívolo de actuar del Gobierno refleja la imagen fiel de su catadura moral, al ser incapaz de defender asuntos que son infinitamente más importantes que la economía, como la muerte diaria evitable de 300 personas.

Si el Gobierno es incapaz de defender con gallardía el principal y más importante proyecto ideológico de un partido humanista, ¿qué hará en asuntos de menor calado?

La cobardía política se pone aún más de manifiesto cuando utiliza el ardid de esconderse debajo de las togas del Tribunal Constitucional, para que éste le resuelva las tareas que se había comprometido hacer, sobre todo con mayoría absoluta, y que por pavor se niega hacerlo. ¿Acaso no es repugnante esta forma inmoral de hacer política?

La repera patatera

Todavía tenemos grabadas en la memoria las imágenes de la semana pasada sobre la detención en directo de quien fuera vicepresidente del Gobierno, ministro de Economía, director del FMI, presidente de Bankia y otros cargos.

Para un jurista que se precie de tal la forma como se produjo la detención y el registro de su vivienda no deja de resultar cuando menos denigrante, abusiva e inquietante.

Ante todo deseo dejar claro que en absoluto pretendo hacer un alegato en favor del denunciado por delitos de blanqueo de capitales, alzamiento de bienes y defraudación a Hacienda. Pero sí que invoco el principio constitucional de la presunción de inocencia, hasta que se dicte una sentencia firme. Aspecto que ya parece del todo imposible porque algún torquemada –habrá que exigir responsabilidades– ya se ha encargado de que se le aplique la pena del telediario, un juicio paralelo, sumarísimo, con sentencia condenatoria, inapelable, sin posibilidad de defensa y bajo el escarnio público.

Cuando la justicia no está presidida e informada por la objetividad, la razón, la mesura, la equidad, la prudencia, la serenidad, sino que es fruto de la precipitación, el impulso irreflexivo, apasionado y cainita, la revancha, de intereses torticeros y espurios, de luchas políticas, de ajuste de cuentas e incluso la venganza y el escarmiento, entonces no estamos hablando de hacer justicia. Ésta se representa por una venda en los ojos en señal de imparcialidad y una balanza símbolo de la equidad y el equilibrio.

Es conocido el aforismo jurídico tomado de Cicerón de “summum ius, summa iniuria”, es decir, la aplicación desmesurada de la justicia es una injusticia. Y en este caso, todo apunta a que las ansias desmedidas de hacer justicia se pueden convertir en un flagrante atropello a los derechos y las libertades constitucionales.

Dictar de antemano, como se ha hecho y orquestado, una sentencia condenatoria es una actuación impropia de un estado de Derecho. Que la justicia emane del pueblo, no legitima al “jurado popular” a dictar un veredicto en un circo mediático alentado por el morbo y que persigue el “prime time” de audiencia, para despellejar al denunciado y convertirlo en un cadáver político y un apestado social.

Se puede comprender la reacción inicial de rechazo que supone todo caso de corrupción, por un ambiente social especialmente sensible y crispado que demanda justicia ante el interminable abuso de una parte de la clase política. Lo que en modo alguno se justifica es la distinta vara de medir que se aplica a otros políticos imputados a los que no se les inflige un trato vejatorio, como la innecesaria y humillante escena de agarrar al detenido por el cogote para “ayudarle” a entrar en un elegante Opel Insignia. La misma detención y registro domiciliario para incautar documentos y evitar la desaparición de pruebas se podía haber practicado con la presencia de su abogado, sin orquestar el intencionado e indignante escándalo.

Este cúmulo de irregularidades sí que son la “repera patatera” –en expresión de un alto cargo de la AEAT– sobre todo cuando se sabe que la ONIF (encargada de la investigación del fraude), dependiente de la Hacienda de Montoro, presentó hace dos meses una denuncia por estos hechos ante la Fiscalía Anticorrupción y ésta la echa atrás por no estar bien fundada.

Esta respuesta de la Fiscalía es puenteada y se presenta deprisa la denuncia y la autorización de entrada y registro por parte de varios fiscales de Madrid ante el juzgado de guardia. Hasta que el denunciado se pueda defender pasará no poco tiempo y tendrá que aclararse qué juzgado es el competente.

Como dirían los jurisconsultos romanos, hay que preguntarse quién está detrás de esto: “cui prodest”, a quién benefician todos estos atropellos tal vez de fuego amigo, luchas intestinas procedentes de las cloacas del Estado (de alguien que no distingue entre regularización y amnistía fiscal), o tal vez de quien quiere arruinar al partido del Gobierno con una campaña suicida o, por el contrario, si se trata de una estrategia para mostrar a la opinión pública un impulso regenerador frente a la corrupción. Lo veremos.

 

Vuelva usted mañana

Los ciudadanos tenemos la obligación de exigir con lealtad y respeto el control y el buen funcionamiento de las administraciones públicas, porque no dejan de ser nuestros servidores –al menos deberían serlo– y no unos reyezuelos que disponen discrecionalmente de nuestra suerte administrando con malentendida liberalidad nuestros impuestos.

Sirva como anécdota, ejemplo de lo que no se debe hacer, este sucedido real. Un ciudadano solicita de la Corporación municipal de esta ciudad algo aparentemente sencillo como la certificación de su deuda, para que este acreedor municipal concrete el titular y la cuantía de la misma. Pasados seis meses –los mismos que en la obra de Mariano José de Larra– sin que este organismo diera respuesta alguna, y ante la necesidad perentoria de obtener este documento, se dispone junto a su abogado a interesarse “in situ” ante los funcionarios que tramitan el expediente.

Efectivamente, como era previsible ante tanta tardanza, la documentación estaba paralizada, porque siempre existe alguna excusa. El caso es que después de varias visitas más y numerosas llamadas de teléfono, el trámite administrativo comienza a recorrer una larga y accidentada aventura por los insondables e inescrutables vericuetos y abarrotados departamentos de personal del Ayuntamiento.

Entre tanto se suscitan las disputas internas entre distintos negociados sacudiéndose la competencia de unos a otros. Algo que para un ciudadano normal parece tan sencillo como acudir a cualquier empresa o acreedor y que se le diga cuánto le debe, y éste sólo con pulsar un par de teclas del ordenador le indica el reflejo de la contabilidad, en este caso las cosas se complican.

Pero después de muchos esfuerzos con la Tesorería, la Intervención y la Concejalía correspondiente –cada movimiento, créanme, una verdadera odisea–, el expediente misteriosamente se paraliza porque falta la firma del Alcalde. Pero aquí nadie sabe nada, no hay ninguna explicación, ningún motivo confesable –luego se sospechan motivos inconfesables– para que no se estampe la última rúbrica.

Después de que el certificado hubiera superado con éxito y favorablemente los circuitos de la asfixiante y paralizante burocracia del entramado administrativo, vamos a evocar a Cervantes: ¡con los políticos hemos topado, Sancho! Al sufrido y resignado administrado curtido en mil batallas, adiestrado en el sometimiento y desprecio que le dispensa el organismo que ha aumentado la exacción de multas en un 80% durante la crisis, todavía le quedan fuerzas, agallas y humildad para seguir arrastrándose ante el inmisericorde ninguneo.

La callada es la mejor respuesta para la administración; de ahí que inventaran el silencio administrativo. Todavía el vía crucis del administrado no ha finalizado, porque reitera la solicitud, subsanando errores materiales. Al final, después de esfuerzos titánicos se consigue el certificado. Aunque la desolación y frustración fue inmediata: un folio por las dos caras de literatura donde se indica la cuantía de la deuda, pero no el deudor. Y es que establecer quién es éste, después de una década, “exige un estudio más profundo”. No vaya a ser que al deudor ignoto se le ocurra pagar la deuda. Y es que no estamos hablando de una multa, sino de cifras que superan los siete dígitos en euros.

Este caso nos hace reflexionar seriamente, porque como esta sea la tónica del funcionamiento “normal” del Consistorio, apañados estamos. Con esta crítica ciudadana no pretendo que se obtenga rédito electoral para un partido u otro. Denuncio un mal endémico y estructural que arrastra un modelo obsoleto, inviable y con excesivos funcionarios y empleados.

Su deficiente gestión, y la de otras Administraciones, nos está abocando indefectiblemente al colapso económico. Si un asunto tan sencillo se entorpece de forma tan clamorosa, qué será cuando se tenga que resolver cuestiones de mayor enjundia. No quiero ni pensar en las empresas que solicitan licencias para generar riqueza, si les someten a este mismo “test de estrés”. Y luego no nos quejemos de que tenemos un 35% de paro.

Fiesta de las letras

Ayer tuvo lugar en nuestra ciudad el acto de presentación de un nuevo libro del periodista y escritor Javier López, y ya van cuatro. Tuve la suerte de hacer la presentación del sugerente libro titulado: “El pudor del macho alfa. Sobre Podemos y otros verbos irregulares”.

Ante la posibilidad de tener un encuentro con la cultura, las ideas y el pensamiento, no lo dudé mucho. Que un jiennense obsequie al mundo globalizado con sus pensamientos y reflexiones es un gran acontecimiento digno de mención. Porque somos conscientes que uno de los males que aqueja a nuestra sociedad es la falta de debates intelectuales que nos ayuden a pensar y hacer pensar.

Por eso, este acto, por minoritario que sea, es un canto a la esperanza para dar la batalla de las ideas. Los escritores privilegian la reflexión cuando iluminan el mundo con su inteligencia. Y esto es lo que hace Javier una vez más, en un verdadero “in crescendo” con este libro. A mi modo de ver, podemos –con minúscula– caer en el error si nos ceñimos a la literalidad del título en la puesta de largo en sociedad de esta obra. Los 84 artículos que se recopilan en este ejemplar no versan exclusivamente sobre este fenómeno político y social de reciente creación, que ya es parte de la casta.

Cuando el ensayista analiza esta forma de populismo, que con la crisis económica también se ha asentado en otros países de nuestro entorno europeo –ahí tenemos a Syriza en Grecia–, no lo hace exactamente igual que su compañero escribidor Goytisolo, que en la reciente entrega del premio Cervantes reivindicaba al hidalgo deshaciendo desahucios y de paso haciendo guiños a esta formación política dentro de su postureo progre.

Lo llamativo y digno de alabar del autor de “El pudor del macho alfa” es que aparca la ideología para hacer su reivindicación desde el razonamiento y los datos empíricos, aderezados de ironía y de lo políticamente incorrecto. Su estilo propio e inconfundible nos recuerda al poeta cordobés del siglo de Oro, Luis de Góngora, el exponente más claro de la corriente del culteranismo o gongorismo, del que, a su vez, ya Cervantes alabara en La Galatea.

El pensamiento y la pluma del escritor, están firmemente comprometidos, y no deja a nadie indiferente. Es consciente de que la sociedad civil se encuentra hoy dentro de un complejo proceso cultural que marca el fin de una época y la incertidumbre por la nueva singladura que emerge en el horizonte.

De ahí que su escritura le lleva a transmitir mensajes altos y claros, poniendo blanco sobre negro, advirtiendo del peligro de las ideologías, las falsas modas, la crisis de Occidente, la ideología de género, la defensa de los derechos humanos, y en especial del derecho a la vida, la tentación de volver a las utopías del siglo XX, la defensa de la libertad en sus múltiples acepciones, ya sea de expresión o religiosa, y denunciar el provincianismo de los nacionalismos excluyentes.

Sus artículos están llenos, principalmente, de sentido común, que hoy en día no es poco. De ahí que con su óptica personal, en un constante y ansiado esfuerzo de búsqueda de la verdad, desde su privilegiada atalaya donde avizora el devenir histórico de los acontecimientos diarios, sabe discernir y hacernos llegar, escarmentando en cabeza ajena, el error de la utopía totalitaria de la justicia sin libertad (comunismo), y el de la utopía libertaria de la libertad sin verdad (relativismo).

Como buen estudioso de los clásicos nos dice que: “lo que nos hace mejores no es ser paisanos de Cervantes, sino leer el Quijote”; aspecto que ha dejado poso en su carácter y forma de ser, como transmite en sus escritos: “Algunos gustamos de enfrentarnos al lobo en la lobera”. Ese bien entendido quijotismo le lleva a ser políticamente incorrecto.

Ciertamente, el libro merece la pena. Cada primavera el autor se supera a sí mismo. No es fácil estar a la altura de Borges, Gerardo Diego, Torrente Ballester, Alberti, Delibes, Cela, Vargas Llosa, Hierro, Ferlosio o Umbral. Y para mí que, Javier López, algún día, como escritor de raza que es, también puede alcanzar, por qué no, la máxima distinción de las letras.

Nadie quiere mi voto

En plena campaña de elecciones municipales y autonómicas, cada partido exhibe sus argumentos para convencernos que tenemos que votarles. Echando mano de las encuestas –único principio y valor inamovible que se le reconoce al que otrora fuera el partido de una mayoría aplastante– auguran que no revalidará semejantes resultados, a pesar de que se presenta como la única garantía para la estabilidad política.

Es una forma de sembrar inquietud invocando el conformismo pastueño de que más vale lo malo conocido –volvemos al mal menor– que lo bueno por conocer. Cómo será que hasta el mismo presidente de honor tiene que arremangarse y saltar a la arena política para arengar a sus desengañados votantes que “vuelvan a casa” –aunque todavía no sea Navidad–, pidiéndoles un “nuevo contrato”, luego, es consciente del incumplimiento del anterior, rematando la jugada con “los goles en propia meta”, en alusión al cúmulo de despropósitos de esta dilapidada legislatura. Pero omite que sus adictos votantes están escaldados ante incumplimientos contractuales graves.

Los términos del contrato son los de la coherencia ideológica que de forma plástica viene reflejada en los “memes” de las redes sociales, todo un fenómeno de mercadotecnia viral, denominándoles jocosamente “Verano azul”. Se ve al presidente del partido con sus dos candidatas al Ayuntamiento y la Comunidad madrileña, a diestra y siniestra, montando en bicicleta. Este modelo no tiene desperdicio porque abarca todo el espacio ideológico posible y su contrario. Así, por ejemplo, una candidata proclama estar a favor del aborto –matizándolo según a quien se dirija–, aunque en realidad lo que dice es que todos tienen derecho a la vida, para acto seguido concluir que ante un asunto tan complicado hay que admitirlo; y la otra, está mucho más a favor de la vida, sin consentir la vigente ley que mantiene su partido. Una está a favor de seguir disminuyendo los impuestos –lo propio de un partido de corte liberal conservador– y la otra mantiene una política intervencionista más propia de una socialdemocracia. Todo un ejemplo de pluralidad y versatilidad política e ideológica que puede llevar a muchos de sus electores a votar a una y dejar de hacerlo a la otra y viceversa.

No sé si esos son los goles en propia meta a los que se refiere el espartano Leónidas. Desde luego, un gol por toda la escuadra es el del alcalde de Getafe y diputado regional que en un alarde de moralidad ofrece condones por votos, con un “merchandising” electoral que marca el nivel en el que nos movemos. Eso sí, aduciendo políticas en favor de la juventud, de prevención del embarazo y evitar las enfermedades de transmisión sexual. Con el dinero de todos los españoles se está propiciando esta corrupta campaña política. Porque, parece como si el preservativo fuera la solución a los problemas sociales. Luego se quejarán de que su electorado les dé la espalda.

Pero si miramos al otro acompañante del bipartidismo, a cuya ufana ganadora andaluza se le está atragantando la investidura, ahora parece que va a ser imposible del todo. La adjudicación de las minas de Aznalcóllar a una empresa amiga, es más de lo mismo, porque ella forma parte del régimen instaurado, como sus dos antecesores, que no deja de sorprendernos con un escándalo tras otro. De ahí que se intuya el diseño estratégico de un cordón sanitario, negando pactos con Bildu y con el PP, situándolos de forma sectaria al la mismo nivel.

Podemos, en su campaña plagada de insultos, estaría dispuesto a hundir definitivamente la economía, emulando a sus conmilitones helenos.

Y los jóvenes de Ciudadanos, que reniegan de la participación en la vida pública de los mayores de cuarenta, quieren cargarse la inmigración y de paso la familia, prohibiendo que vivan más de dos personas en cada habitación.

En clave local, nadie tiene agallas de desbloquear la ruinosa y descabellada inversión del tranvía, manteniendo la ciudad y el tráfico empantanados. Tampoco existe voluntad de dinamizar la burocrática y obsoleta administración municipal. Ante este panorama político tan entusiasmante, constato que nadie quiere mi voto.

El dilema de votar

Con la aparición de nuevos partidos políticos propiciada por el desencanto del bipartidismo tradicional, nunca antes había sido tan complicado elegir a quién votar.

La campaña electoral ha servido para evaluar a los candidatos, estudiar sus propuestas, comprobar su demagogia y errores y, en definitiva, para formarnos un criterio de cada partido.

Las dos grandes formaciones hacen valer su voto esgrimiendo la estabilidad, no tirar el voto en la basura y, como dice el eslogan de uno de ellos, gobernar para la mayoría. Se empeñan en ofrecernos el sistema que ellos mismos han conseguido quebrar, precisamente por la acumulación y abuso de poder.

De ahí que surja un nuevo escenario sociopolítico que tienda a limitar –comprobaremos hasta qué punto– su hegemonía, lo que llevará a conformar pactos. Que en Andalucía no se haya logrado alcanzar la investidura de la lista más votada, lejos de ser un inconveniente, es una buena noticia, porque, en este caso, aquellos con quienes se puede pactar exigen medidas concretas de regeneración democrática, que de haberse obtenido la mayoría absoluta hubiera sido imposible. Además, eso de gobernar para la mayoría no deja de ser un alegato poco democrático y sectario, porque hay que gobernar para todos los ciudadanos, entre los que se incluyen las minorías.

Ante la efervescencia convulsa de ideas que expone cada partido, la madurez democrática de los ciudadanos les tiene que llevar a meditar y sopesar cada una de las opciones políticas para elegir a quién otorgan su confianza.

Algunos toman esta importante decisión votando contra el partido que no quieren que gobierne, aspecto que sucedió, por ejemplo, cuando una gran mayoría social se posicionó para echar a Zapatero o anteriormente a Suárez y después a González.

Otro sector es incapaz de no fidelizar su adhesión ciega, en esta sociedad maniqueísta, votando “a los suyos” indefectiblemente, pase lo que pase, hagan lo que hagan, adoptando una postura visceral e irracional como si todo lo que dijera su partido fuera dogma de fe, y sin el más mínimo atisbo de sentido crítico, que denota un notable déficit democrático.

Es precisamente la ruptura con este planteamiento lo que se está reflejando en nuestro mapa electoral, lo que no deja de ser un signo de higiene democrática.

Uno de los escenarios más desgarradores se produce cuando los valores e ideas por los que el elector ha apostado son traicionados por el partido que ha prometido llevarlos a término, produciéndose un travestismo ideológico, no necesariamente de todo el programa, pero sí en cuestiones esenciales e innegociables.

Esos electores, al no encontrar ofertas de esa naturaleza en el zoco político, se encuentran de pronto sin que nadie les represente. Ante esa coyuntura el trance de votar se hace más arduo y penoso, presentándose la tentación del voto útil o no tirar el voto a la basura. Es la baza con la que juega la infame y liberticida partitocracia que, si no se le hace frente, continuará impune ante sus desmanes e incumplimientos. En este sentido hay que superar el estado de impotencia, hacerse fuertes para erradicar el síndrome de Estocolmo y romper con ese planteamiento corrupto respondiendo con un contundente escarmiento.

En este estado de shock, si al ciudadano no encuentra otra alternativa digna, la ley electoral le ofrece diversas posibilidades para emitir un voto de castigo, transmitiendo un mensaje de rechazo. La abstención supone no ir a votar, lo que deja en entredicho que sea una práctica democrática. En las anteriores elecciones andaluzas superó a la lista más votada. El voto nulo, denominado “gamberro”, tiene variadas expresiones: escribir algo en la papeleta o introducir varias de distintos partidos. El voto en blanco se produce al depositar el sobre sin papeleta; al ser válido se computa en el número de participación y pudiera perjudicar a algún partido minoritario por la Ley D´Hont, si no alcanzan el mínimo exigido; es la manifestación más clara de reprobación.

Retirar la confianza y castigar al partido desleal, sin escuchar los cantos de sirena del mal menor, ya es contribuir a regenerar la vida democrática