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Calambrazo zarzuelero

La reciente publicación del libro de Pilar Urbano, “La Gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar” (Editorial Planeta), sobre el golpe de Estado del 23-F de 1981, y el papel del Rey y Adolfo Suárez, ha originado una convulsión social, mediática, política e institucional, digna de estudio y análisis. Llama poderosamente la atención la omertá institucional y las descalificaciones a las que ha sido objeto esta publicación y su autora, empezando por la Casa del Rey –que coincide con los momentos más bajos en popularidad por los escándalos de Botswana, Corina y Urdangarin-, arropada por el “establishment” político, que, salvo algún partido republicano, el resto se han ajustado a la postura oficialista. Especial mención habría que atribuirle al no heredero del ducado paterno, Suárez Illana, testigo menor de edad cuando ocurrieron los hechos, quien ha intentado una defensa cerrada del papel del monarca, con argumentos y documentos que se pueden volver en su contra, con la intención de no utilizar la figura de su ancestro para señalar que “el Rey está desnudo”. De tal forma que, en sintonía con el entorno mediático, ha llegado a calificar este texto como delictivo, a la vez que ha interesado el secuestro de la obra. Lo cual, dicho sea de paso, se compadece poco con el espíritu de la Transición que vino a instaurar su progenitor, porque a diferencia con las dictaduras lo que caracteriza a una democracia es, en este caso, la libertad de expresión y de prensa, y nunca la censura previa, que es  lo que erróneamente preconiza. Por lo tanto, si entiende que se han vertido, en lo que de seguro será un “best-seller”, expresiones inveraces, injuriosas o calumniosas, que atenten al derecho al honor de las personas –Suárez González queda estupendamente en este manual-, sin haber verificado y contrastado las fuentes, está en su legítimo derecho de querellarse o demandar a la autora, pero menos amenazas y más hechos concretos. Mención aparte merece el eco de este mamotreto de nuestra historia reciente –hace treinta y tres años- por los medios de comunicación que, salvo excepciones, le han criticado duramente. Así el periódico monárquico por antonomasia titulaba un editorial: “Una mentira y una irresponsabilidad”; el diario del Grupo italiano Rizzoli hacía una entrevista a la periodista, y acto seguido no se salía del guión políticamente correcto, máxime después de la reciente destitución de su director; y el diario del Grupo Prisa se refería al “marasmo de opinión”, teniendo la suya como la acertada. Y para colmo, el Grupo Planeta a la vez que publica este ejemplar, para compensar, emitía un programa satírico en la Sexta. En definitiva, toda una prueba bien palpable del grado de libertad de expresión sometida a los intereses políticos y empresariales que disfrutamos. Pero lo más curioso es que todo el mundo se ha apresurado a opinar sobre este trabajo incluso antes de su publicación, es decir, sin haberlo leído. Por eso –después de una semana ya ha dado tiempo a estudiar las más de ochocientas páginas-, tampoco pueden advertir que en cuanto al fondo del asunto es coincidente con otras monografías como las del periodista e historiador Jesús Palacios: “23F, el Rey y su secreto” (Libros libres, 2011) y “23F: El golpe del Cesid” (Planeta, 2001), que, por cierto, fue perseguido y objeto de dos querellas que ganó en los Tribunales. Lo que parece indudable es que la autora no forma parte de ningún complot u operación turbia, y quizá por su prestigio y amistad con la Reina –no se trata de un antisistema- tenga mayor credibilidad, máxime cuando lleva más de diez años trabajando en esta obra que completa una trilogía. Ello, a pesar de algunos protagonistas de esta historia la descalifiquen con argumentos “ad hominen” como que “ha perdido el Oremus” (González, dixit). A este volumen no se le podía dar mayor difusión y publicidad, porque con este intento de prohibición y censura previa se alimenta más el morbo, motivado por los conformadores de la opinión que pretenden un pensamiento único. Y es que en democracia no se debería tener miedo a la búsqueda de la verdad, aunque para ello fuera preciso incluso desclasificar documentos secretos.