Este fin de semana se concitan dos acontecimientos europeos de distinta significación. En primer lugar, se celebran las elecciones al parlamento europeo que, a juzgar por las encuestas del CIS, no es que precisamente levanten pasiones entre los descreídos ciudadanos de nuestro país, por el llamativo porcentaje de abstención. Y por otra parte, es la primera vez en la historia del campeonato de fútbol de la ahora Champions, otrora Copa de Europa -el máximo galardón del viejo continente que, a su vez, más mundiales de este deporte ha conseguido- que se enfrentan en la final dos equipos de la misma ciudad, en este caso de Madrid. Se ha dado la curiosa anécdota de que un seguidor del equipo revelación y brillante merecedor de la reciente Liga, que había sido nombrado como vocal de una mesa electoral, ha justificado ante su Junta electoral que tiene prepagados el billete de avión para trasladarse a la ciudad lisboeta y la entrada al Estadio da Luz, por lo que ha sido relevado de este deber cívico. Todo lo que se diga del deporte de masas por excelencia se queda corto en lo atinente a la creciente repercusión en un mundo globalizado, que atrae la atención en los lugares más recónditos del planeta. Es un extraordinario fenómeno mediático, cuya demanda y trascendencia sobre las personas sobrepasa las tribulaciones de estos tiempos de crisis. Y si bien los desproporcionados sueldos millonarios de los jugadores los justifican las leyes de mercado, se nos antojan abusivos que los mejores jugadores del mundo puedan llegar a ganar más de veinte millones de euros netos al año. La actividad humana del deporte y el ocio datan de una época tan antigua como Grecia o Roma, con sus olimpiadas, gladiadores, cuádrigas, lucha libre y atletismo, que se ha conservado a lo largo de la historia, y que cobra en la actualidad una inusitada vigencia, que su desaparición resulta impensable. Todo ello se potencia y amplifica con los aspectos culturales de las distintas ciudades de procedencia de los equipos competidores, que vertebrados en torno a los clubes deportivos, ya sean asociaciones o sociedades anónimas que coticen en los mercados bursátiles, llegan a conformar adhesiones inquebrantables de verdadero delirio emocional, difícilmente comprensibles para una mentalidad fría y racional. De otro modo, no se entenderían los tremendos disgustos o las vibrantes emociones que suscita este fenómeno social de masas. Los aficionados persiguen algo así como una búsqueda trascendente de la cotidianidad, una evasión de la realidad, elevando a la categoría de la sacralización e idolatrización a jugadores y equipos. En este contexto nos encontramos ante la final de mañana, donde todos los acontecimientos se eclipsan, paralizan y enmudecen, relegándose toda importancia ante la efervescencia de la pasión por los colores y la historia del club de sus seguidores. El fútbol apareja un trasfondo de valores como la lucha, la superación, el sacrificio, el trabajo, la fe (…), además de la calidad técnica, que es lo que hacen que un equipo triunfe y sus éxitos sean modelo y reflejo para la sociedad. En este escenario, en que los medios se encargan de alimentar, seguir y rivalizar, está presente una filosofía aplicable a la vida –“partido a partido”-, al punto de haberse propuesto su modelo de enfoque en las escuela de negocios, porque, en definitiva, el ocio también persigue el negocio. En este caso, el próximo partido está cargado de resonancias históricas, porque el equipo más laureado de Europa, el mejor representante de nuestro país en el extranjero desde sesenta años acá -cuando ganó este primer trofeo, y la antigüedad es un grado-, intentará después de dos sexenios repetir suerte. A estas alturas las fuerzas están diezmadas y las espadas en todo lo alto. La batalla se libra entre los dos mejores equipos del continente, lo que hace más atractivo el desenlace. Porque, sólo podrá salir un vencedor y la suerte está echada, que será para el que, sin desmayo, sea más combativo e intenso en su estrategia, y más ambicione la victoria. Y es que, citando al antiguo y recién fallecido entrenador serbio madridista, Vujadin Boskov: “Fútbol es fútbol”.