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El opio del pueblo

Que la religión es el opio del pueblo es una de esas frases que ha pasado a la historia y a la cultura general, que se atribuye al filósofo alemán Karl Marx, cuya referencia textual en la Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel es: “La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo”. Fin de la cita. Aunque la originalidad de esta expresión también se encuentra con anterioridad en las obras de filósofos como Kant o Feuerbach, para quienes la religión supone como un analgésico ante el sufrimiento humano. No obstante, el pensamiento materialista y revolucionario del marxismo lo que pretendía en el fondo era la abolición de la religión entendida como felicidad ilusoria del pueblo, para que pudiera darse su felicidad real. Salvando las distancias y huyendo de paralelismos, aún corriendo el riesgo de una posible caída ontológica, existen ahora nuevos opios del pueblo en nuestra sociedad que sirven de analgésico para mitigar las lacerantes encrucijadas por las que atraviesa el ser humano, como es el deporte de masas por antonomasia. Hemos llegado a tal grado de saturación futbolística que, por ejemplo, en algunas semanas concurren hasta tres jornadas deportivas de la misma competición, de tal forma que durante los siete días existe algún encuentro, al que le acompaña la retransmisión televisiva correspondiente, la mayoría de pago, y de las cadenas de radio, sin olvidar el día de antes y después de la prensa deportiva nacional, regional y local. Antes se sabía que los fines de semana había fútbol, lo cuál era la evasión del sufrido trabajador o estudiante, que para desconectar vendía su alma al equipo de sus amores y pasiones, todas ellas bastante irracionales, por cierto. Ahora, las cosas han ido cambiando de forma progresiva; primero, el año pasado, incluyendo los viernes y los lunes dentro del pack, hasta llegar a la situación actual de enloquecimiento colectivo: ¿quieres relaxing cup café con leche?: pues toma dos tazas. El estrés al que nos somete el negocio del fútbol, estrechamente unido al de los derechos televisivos, que son los que marcan los horarios, es de tal intensidad que no comprendo cómo puede haber gente que aguante el tirón. Se llega a situaciones esperpénticas como programar un Elche-Celta a las diez de la noche de un lunes, cuando hay que madrugar para trabajar al día siguiente. Aunque siempre hay algún forofo que está dispuesto a lo que le echen. Sinceramente, se ha llegado a tal extremo que para saber quién y cuándo se juega se precisa ser periodista especializado, y dedicarle al asunto mucho tiempo, que dudo que la gente normal pueda hacerlo compatible con sus obligaciones familiares y laborales. El fútbol se ha convertido en el centro de la vida exterior, todo gira alrededor suyo, como el trabajo y el descanso. Además, la liga nacional de fútbol se alterna con la copa del Rey, el torneo preferido por los nacionalistas, que tiene el aliciente de que equipos como el de nuestra ciudad pueda enfrentarse a los grandes de primera división, lo cuál procura un taquillazo y más emoción. No queda ahí la cosa porque hay también competiciones europeas: la Liga de Campeones y la Liga de Europa. Todo ello, sin perder de vista la clasificación para el próximo mundial de fútbol. Y, por supuesto, no podemos dejar de lado los campeonatos de liga inglesa, italiana, alemana, francesa, rusa e incluso turca. Porque de todas tenemos información a tiempo real, e incluso podemos ver en directo sus encuentros. Ante este panorama, aún gustándonos este deporte, llega un momento que se tiene una sensación de hartazgo, agotamiento y hastío. Como todo en la vida, las cosas con moderación y templanza tienen su atractivo, pero hemos llegado a tal nivel en la cultura del ocio y del negocio que este sistema está ideado para llegar a abducir nuestra mente anestesiada de opio, dejándonos el encefalograma plano, sin capacidad para pensar. Y es que hemos pasado del materialismo marxista al consumismo capitalista.