Archivo por meses: enero 2016

El Papa Francisco ha decidido publicar todos los meses un vídeo. El primero de este año versa sobre la necesidad de fomentar el diálogo entre las distintas religiones.

De entre los 6.900 millones de habitantes que pueblan el planeta, la mayoría se declaran creyentes. La religión más numerosa es el cristianismo con 2.180 millones de fieles, de los cuales la mitad son católicos, y el resto protestantes y ortodoxos. La segunda religión monoteísta es la musulmana con 1.600 millones. Le sigue la hinduista con 800 millones; la budistas son 500 millones, y, finalmente, la tercera religión monoteísta, la judía, con cerca de 15 millones de practicantes.

Los hombres buscan en las religiones la respuesta a los enigmas más recónditos de su existencia, para encontrar un sentido último a su vida (el bien, el mal, el dolor, la felicidad, la muerte…). Estas religiones han conformado una cultura y forma de pensar diferentes, y a lo largo de la historia –incluso en la actualidad– comprobamos cómo su coexistencia no siempre ha sido pacífica. No hace falta que nos remontemos a la batalla de Covadonga (722), las Navas de Tolosa (1212), la Toma de Granada (1492), que supuso el final de la Reconquista, o la de Lepanto (1571), para comprobar las constantes tensiones entre estas dos civilizaciones y religiones: el Cristianismo y el Islamismo; ambas presentan formas bien distintas de entender la relación entre el hombre y Dios.

Hace un año, en nombre de Alá, se asesinaba a doce periodistas del semanario satírico parisino “Charlie Hebdo”; actuación que en modo alguno justificaba las viñetas injuriosas y las blasfemias proferidas contra Mahoma y su religión. El terrorismo yihadista también perpetró en esta ciudad europea, a mediados de noviembre pasado, una matanza de más de un centenar de personas en la sala de fiestas Bataclan, escogida por estar en un barrio judío. Finalmente, el Estado Islámico continúa con el exterminio genocida en Siria e Irak, persiguiendo y masacrando de forma especial a un importante sector de la población cristiana, que, en el mejor de los casos, son deportados y refugiados.

Ante este inquietante escenario parece acertado el propósito de fomentar un diálogo sincero entre las distintas religiones para conseguir frutos de paz y de justicia. Cada una de estas religiones intenta buscar y encontrar a Dios de forma distinta. Pero en ningún caso podrá invocarse el nombre de Dios cuando se vulnera la dignidad de las personas, con actos de terrorismo, violencia, discriminación de la mujer o al transgredir su libertad.

Este diálogo interreligioso no debería renunciar a la Verdad, rechazando un sincretismo religioso y que se impongan las propias creencias. Tendría que reconocer un elemental principio de reciprocidad en la libertad religiosa: se aceptará el culto de otras religiones, en la medida que se respete la propia en el país de origen.

Se ha criticado la expresión de este vídeo: “…en este abanico de religiones, la única certeza que tenemos es que todos somos hijos de Dios”.  Esta manifestación  habría que matizarla, porque tiene sentido si se entiende de forma genérica y coloquial;  entonces todos los hombres somos criaturas amadas por Dios, hechos a su imagen y semejanza, y de ahí se deriva que tengamos igual dignidad. Pero todas las religiones no son igualmente ciertas, porque entonces todas serían igualmente falsas. De ahí que el Catecismo de la Iglesia Católica (cf. 1213 y ss.) precise cómo se nos otorga el don de ser hijos de Dios: “Mediante el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios”; “El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único (Jesucristo). Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro”; “Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administran el Bautismo”; “El Bautismo purifica de todos los pecados y hace un hijo adoptivo de Dios, que ha sido hecho participe de la naturaleza divina”; “Los bautizados por su nuevo nacimiento como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia”. Por ello, la afirmación de que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, no es aplicable a los que sin su culpa no conocen a Cristo y a su Iglesia, e intentan actuar con sinceridad, según su conciencia.