Archivo por meses: diciembre 2013

Otro carisma irrenunciable

Otro carisma irrenunciable

La historia nos presenta una variedad de personajes que por su liderazgo y compromiso en hacer un mundo más justo, y por luchar en la defensa de los derechos humanos de los más débiles, han obtenido finalmente el reconocimiento de la humanidad. Así podemos comprobarlo estos días con la despedida y el homenaje ofrecido al dirigente sudafricano, Nelson Mandela, que, pese a su controvertida biografía, es un ejemplo de superación del odio y de la violencia interracial en Sudáfrica, eliminando el apartheid. Otro tanto podríamos decir de Martin Luther King, que también empeñó su vida en la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, de forma no violenta, terminando con la segregación estadounidense, en aquel emblemático discurso de “I have a dream”. De esta forma podríamos seguir enumerando otros líderes, como Ghandi, con sus métodos pacíficos, para lograr el reconocimiento y la dignidad del pueblo indú. Actualmente, los retos a superar que tenemos por delante son tan importantes o más que en los de siglos pasados. Así, ante la mentalidad individualista, egoísta y poco solidaria en la que estamos imbuidos nos lleva a descuidar, cuando no a la indiferencia, a los más abandonados y débiles de la sociedad, abandonándolos a su suerte en los difíciles avatares de la vida. Para poner coto a este desorden, ha tenido que emerger una persona con el prestigio y categoría moral del papa Francisco –no en vano la revista estadounidense “Times” acaba de nombrarle personaje del año 2013, por ser la nueva voz de la conciencia-, que lejos de cualquier ideología política, y mediante su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” –de obligada lectura- insta a todas las personas y mandatarios mundiales a que nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social, sin que sirva la excusa de prestar más atención a otros asuntos, salvo que pretendamos acabar sumidos en la más absoluta vacuidad e infecundidad. El cometido y la responsabilidad a él encomendada le lleva a plantear la necesidad y la urgencia de resolver las causas estructurales de la pobreza, no sólo para obtener resultados y ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna, y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Critica que la solución esté en los planes asistenciales, que sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, y que  mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres atacando las causas de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo, y, en definitiva, ningún problema. Para ello, cuenta con la colaboración de todos, y pese a que la política esté tan denigrada, entiende que es una altísima vocación, y una de las formas más preciosas de la caridad, siempre que busque el bien común. De ahí la llamada a los políticos, para que les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres. De ellos depende, en gran medida, que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. La verdadera opción preferencial por los pobres es entendida como una forma especial de primacía en el ejercicio de la solidaridad, y lo diferencia de cualquier ideología e intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o políticos, como estamos acostumbrados, siendo en muchos casos una fuente de corrupción. Denuncia nuestra complicidad cómoda y muda en un entorno globalizado en donde existen nuevas formas de pobreza y fragilidad, y ante las que no podemos hacernos los distraídos: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, los migrantes, la esclavitud, la prostitución, los niños mendicantes, el hambre… Así como los doblemente pobres: las mujeres que sufren maltrato y violencia. Y no se olvida, entre esos débiles, de los más indefensos e inocentes de todos, los niños por nacer, a quienes se les quiere negar su dignidad humana, quitándoles la vida –lo cual no es progresista-, y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Ojalá que, en esta nueva centuria, tengamos la osadía y el arrojo para vencer la batalla en favor de los pobres.

Liberalismo y cristianismo

Liberalismo y cristianismo

Con motivo de la reciente publicación de la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” del papa Francisco, se ha levantado un gran revuelo y han comenzado las quejas por parte de economistas de corte liberal, por las referencias que efectúa al libre mercado y al capitalismo. En este documento, que algunos han calificado como programático de su pontificado, en lo atinente a las cuestiones sociales, denuncia el sistema económico actual: “la economía de la exclusión y la inequidad”, “la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil”, “la cultura del descarte”, “la globalización de la indeferencia”, “la cultura del bienestar que nos anestesia”, “la crisis financiera en contrapunto a la primacía del ser humano, que lo envilece por medio del consumo desenfrenado”, “la tiranía invisible del mercado y su autonomía absoluta que se diviniza”, por lo que exhorta a ”la solidaridad desinteresada y a una economía a favor del ser humano”, y  “resolver las causas estructurales de la pobreza”. Contrariamente a quienes piensan que en este texto se produce un ataque radical y furibundo al sistema capitalista, habría que recordar que ya Juan Pablo II, en sus tres Encíclicas sociales: “Laborem exercens”, “Sollicitudo rei socialis” y “Centesimus annus”, rechaza las ideologías totalitarias del comunismo y el socialismo, al igual que el capitalismo, el individualismo y la primacía absoluta de la ley del mercado sobre el trabajo humano, porque existen numerosas necesidades humanas que no pueden ser satisfechas por el mercado. Sin embargo, la doctrina social de la Iglesia reconoce que un mercado competitivo es un instrumento eficaz para conseguir importantes objetivos de justicia: moderar los excesos de ganancia de las empresas, responder a las exigencias de los consumidores, realizar una mejor utilización del ahorro y los recursos, premiar los esfuerzos empresariales y la innovación, y adquirir los productos en un contexto de sana competencia. Pero aún reconociendo al mercado la función de instrumento insustituible de regulación del sistema económico, señala la necesidad de sujetarlo a principios éticos, por lo que subraya sus límites, por su incapacidad para preservar determinados criterios de justicia y equidad. Es justamente en estos términos, como recoge el mismo Catecismo de la Iglesia, y no en otros, lo que se desprende del texto que tanto ha alarmado a estos economistas liberales. Y es que el juicio moral que expresa la Iglesia en materia económica y social –está legitimada para ello- es distinto del que desarrollan las autoridades políticas, siempre que lo exigen los derechos fundamentales de la persona. Por lo tanto, contraponer cristianismo y capitalismo es un falso debate porque no sólo no son incompatibles sino perfectamente complementarios, siempre y cuando se observen los límites que se denuncia de forma clara y sin ambages en este documento, porque el sistema de libre mercado es perfectible. Por otra parte, el capitalismo, cuya base es la libertad económica, ha generado la etapa de mayor crecimiento, bienestar y prosperidad de la historia, como se comprueba en el crecimiento producido en los dos últimos siglos. En aquellos países en los que hay libertad económica y Estado de Derecho, y se limita el intervencionismo estatal, se produce una mayor riqueza y, por lo tanto, se reduce la pobreza. Tenemos ejemplos paradigmáticos como el de las dos Coreas, que en una misma zona geográfica, antes de la guerra partían de una situación similar, pero el hecho de tener distintos regímenes políticos produce una diferencia de renta equivalente a dieciocho veces mayor a favor de la del Sur. Lo mismo podríamos decir de las grandes potencias como China e India, que han liberalizado sus mercados, aunque no su sistema político, y la tasa de pobreza ha bajado notablemente, no así en los países africanos sometidos a las férreas dictaduras intervencionistas. Decía Winston Churchil que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con la excepción de todos los demás”. Algo parecido se podría parangonar de la libertad del mercado, pero siempre y cuando tenga una orientación ética y solidaria.

 

Aborto y Tribunal Constitucional

Aborto y Tribunal Constitucional

A través de las redes sociales el presidente del Gobierno se ha pronunciado acerca de la reforma de la actual legislación sobre el aborto. Y ha expresado que su compromiso es “reforzar la protección del derecho a la vida”, y que “tendrá como punto de partida una valoración de las situaciones de conflicto, que garantice suficientemente una ponderación de los bienes y derechos que pueden entrar en colisión, y se ajustará a los principios y valoraciones expresados en la doctrina del Tribunal Constitucional (TC)”. Fin de la cita. Es decir, podemos adelantar, de ser así, que la modificación de esta regulación legal nos remite a los cauces que se establecen en la sentencia 53/1985 de 11 de abril, de este Tribunal. El intérprete constitucional viene a establecer que la vida comienza con la gestación, y genera un “tertium” existencialmente distinto a la madre, o sea, un nuevo y distinto ser humano vivo y viviente, a respetar. Es más, aclara que en el debate constitucional sobre el precepto objeto de interpretación, el artículo 15 de la Carta Magna, “Todos tienen derecho a la vida”, fue elegido en vez del término: “Toda persona”, con el objeto de incluir al “nasciturus”. De ahí, concluye, la obligación que tiene el Estado de protegerlo y no obstaculizar el proceso de su desarrollo. De lo hasta ahora expuesto tenemos que colegir que la actual regulación pretende, por el contrario, la creación de un derecho para dar por terminado el proceso biológico con sólo la voluntad de la madre, en contra del precepto constitucional. Sin embargo, el reconocimiento constitucional del “nasciturus” es la de un “bien” jurídico especialmente protegido por dicho precepto, y la de un “valor” superior del ordenamiento jurídico constitucional, ciñéndonos a su precisa terminología. Para acto seguido, después de indicar que es una vida protegible, establecer que no es considerado como “persona” ni, en consecuencia, es titular de derecho alguno y tampoco del derecho fundamental a la vida. Y ello es así, por la remisión interpretativa al precepto civil atributivo de la personalidad, ya que según el artículo 29 del Código Civil, sólo el nacimiento determina la personalidad. En este punto se perdió la ocasión de definir constitucionalmente el concepto de personalidad para no tener que remitirse a la vetusta ley ordinaria, porque siguiendo a ésta, al concebido se tiene por nacido para todos los efectos que le sean favorables, y desde luego, la vida es, según se recoge en la sentencia, el supuesto ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia posible. Por lo anteriormente expuesto viene a concluir la sentencia que la protección de la vida del “nasciturus” no ha de revestir carácter absoluto, ya que en determinados supuestos debe de estar sujeto a limitaciones, y de ahí las indicaciones o excepciones despenalizadoras (aborto terapéutico, legal y eugenésico). Y, finalmente, para el supuesto de conflictos de derechos o colisión de los mismos entre los de la madre y el “nasciturus”, al no ser titular este de derechos por carecer de personalidad, prevalecen los derechos fundamentales de la madre, porque el principio de libre desarrollo de la personalidad otorga prevalencia a esta en ponderación con el bien y el valor de la vida. Dicho esto, me parece elocuente la intervención de Peces Barba en el debate del Congreso: “(…) desengáñense sus señorías, todos saben que el problema del Derecho es el problema que está detrás del poder político y de la interpretación. Y si hay un TC y una mayoría proabortista, “todos” permite una ley del aborto, y si hay un TC y una mayoría antiabortitas, la “persona” impide una ley del aborto”. Desde luego, en este caso, el intérprete constitucional, claramente, estaba a favor del aborto, porque el Derecho puede retorcerse e interpretarse según se quiera, pero entonces dejará de serlo. La desigualdad y desequilibrio en la ponderación de derechos en colisión, entre la madre y el “nasciturus”, es tal, que nos conduce a una individualismo egoísta en la defensa y protección del más fuerte, cuando debería ser al revés, o al menos que prevaleciera el principio de “igualdad de armas”. ¿A esto es a lo que se aquieta el Gobierno?