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Andalucía, sé tú misma

Una vez más, como todos los veintiochos de febrero desde 1980, celebramos el Día de Andalucía, en el que se conmemora el referéndum por el que se accedió a la autonomía de la comunidad andaluza. Al año siguiente, se aprobó el Estatuto de Autonomía, que fue reformado en 2007, en cuyo preámbulo se reconoce a Andalucía como una nacionalidad (histórica) en el marco de la unidad indisoluble de la nación española, de conformidad con el artículo 2 de la Constitución. A principios del siglo pasado escribía Ortega y Gasset que: “Durante todo el siglo XIX, España ha vivido sometida a la influencia y hegemonía de Andalucía. Empieza aquella centuria con las Cortes de Cádiz; termina con el asesinato de Cánovas del Castillo, malagueño, y la exaltación de Silvela, no menos malagueño. España entera siente justificada su existencia por el honor de incluir en sus flancos el trozo andaluz del planeta”. Para poder hallar la idiosincrasia de esta vasta extensión geográfica, conformada por sus ocho provincias, que presentan parajes de una gran belleza natural, con una población que se acerca a los ocho millones y medio de habitantes, necesariamente hemos de remitirnos a su historia. No sólo por la impronta que han causado pueblos como el íbero, el celta, el fenicio, el cartaginés, el romano o el musulmán, que enriquecieron su cultura, sino por la más inmediata realidad económica que muestra la tardía llegada de la revolución industrial, con respecto al resto de regiones de nuestro entorno, pivotando su economía en la agricultura y los servicios. La herencia histórica recibida no puede servir de excusa para seguir manteniendo a Andalucía como la región con mayor número de desempleados de toda la Unión Europea, alcanzando tasas de más del treinta y seis por ciento, superando el millón de personas. Éste debería ser el principal desafío de los responsables políticos, los agentes sociales, las Administraciones Públicas y de la propia sociedad civil. Pese a ello, no deja de ser sorprendente que durante cerca de siete lustros los andaluces hayan depositado su confianza ininterrumpidamente en el único partido que ha gobernado sin alternancia política. Este hecho, insólito en democracia, nos da idea de la ausencia del mínimo aseo cívico de la sociedad andaluza, cautiva y connivente de todo un régimen político, sintomático de su deriva degenerativa. En las anteriores elecciones a ocupar el Palacio de San Telmo, el eterno partido de la oposición, inexplicablemente, pese a todos los escándalos de corrupción, los ERE falsos e imputación a cargos del gobierno, no logró la mayoría absoluta necesaria para poder desalojar la alianza entre socialistas y comunistas. Parte de esta lucha partidista lleva a un indisimulado sectarismo ideológico, hasta el extremo de que en las capitales de provincia en que gobierna el centro derecha, las relaciones con la Junta suponen un bloqueo de proyectos e inversiones en detrimento de los ciudadanos. Esta radicalización política cargada de un populismo trasnochado lleva a medidas como la expropiación de viviendas, incluida la mezquita (Catedral) de Córdoba. A su vez, la falta de alternancia política no es fruto del azar, sino que se procura alimentar, fomentando políticas de la subvención para fidelizar el voto cautivo. Se utiliza a los sindicatos como correa de transmisión del poder político, y la maquinaria de la propaganda está al servicio institucional, manipulando una realidad goebbeliana: sólo hace falta comprobar los nulos efectos sociales producidos por los citados escándalos, que causan alarma social. La primacía estatalista de lo público, como se colige con el desproporcionado número de funcionarios, y la falta de apoyo     –cuando no, persecución- a las iniciativas privadas, véase a los colegios concertados y la educación diferenciada, constituyen un ataque frontal contra la libertad de enseñanza. Esta es la regeneración política y democrática que necesita Andalucía, y con ella se erradicaría la lamentable situación laboral, lejos de las proclamas buenistas y aduladoras que el “establishment” nos regalará con esta efemérides. Y es que parafraseando a Lord Acton: “el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.