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Sexualidad

El Ejecutivo acaba de aprobar y enviar a las Cortes la ley Trans, que faculta a los niños de 12 años a elegir su género. Esto ocurre cuando en EE.UU. el TS revoca la sentencia del aborto (Roe vs. Wade), remitiendo a cada estado su regulación legal. Tanto en el proyecto de ley como en la sentencia se evidencia una determinada concepción antropológica y de la sexualidad. Así se demuestra con el revuelo social acaecido al otro lado del Atlántico, que ha llevado de inmediato a los gobernadores de los distintos estados a posicionarse. Sería un grave error banalizar la ingeniería social global que se está acometiendo contra la sexualidad por un nuevo orden mundial.

Durante las últimas cuatro décadas los cambios sociales producidos en nuestro país —a instancia del social-comunismo y con la aceptación cómplice de la derecha liberal— le hacen irreconocible. Esas transformaciones han supuesto una revolución sexual que deconstruyen la naturaleza humana. En la exposición de motivos de estas leyes se invoca de forma constante la libertad. En nombre de la libertad se han aprobado —sin ánimo de ser exhaustivos—  la ley de divorcio (1981), la que despenalizaba el aborto (1985), la de técnicas de reproducción asistida (1988), la de violencia de género (2004), la del matrimonio entre personas del mismo sexo (2005), el divorcio “exprés” (2005), la asignatura de educación para la ciudadanía, que adoctrina a los menores con la ideología de género (2006), la conocida ley Aído, sobre interrupción del embarazo (2010), las leyes autonómicas (Madrid, Andalucía, Galicia…) sobre identidad de género y no discriminación (2016), la de salud reproductiva para que puedan abortar niñas de 16 años y expender gratis dicha píldora en colegios (2022) y ley de la eutanasia (2021).

Si la libertad sexual se desliga de la razón y la naturaleza, sería aplicable la célebre alocución de Madame Roland, antes de pasar por la guillotina: “¡Oh, libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Esta efervescencia legal de origen marxista choca con la cultura occidental, síntesis del pensamiento heleno, el derecho romano y la cultura judeocristiana. Platón en “La República” aludía a que “El exceso de libertad, ya sea en los Estados o en los individuos, parece que sólo da paso a un exceso de esclavitud”. La esclavitud que produce la adicción a la pornografía o la cosificación sexual con la prostitución. Antes se ha corrompido en los colegios a los menores, adoctrinándoles a masturbarse, mantener relaciones homosexuales y a fornicar; pero luego la hipocresía social se queja de las violaciones.

Es el movimiento de liberación sexual que lucha contra la tiranía de la naturaleza; en vez de enseñar a dominar y racionalizar los instintos naturales, se da rienda suelta a la animalidad. En nombre de la libertad se destruye la libertad. Es la verdad la que nos hace libres; no al revés, como algún apologeta de la posverdad esgrime. Sin embargo, para estos profetas, la sexualidad no la dicta la naturaleza sino la libre elección: “una no nace, sino que se hace mujer” (Simone de Beauvoir, dixit). En la Roma pagana, la homosexualidad era patente, pero el legislador no contemplaba como matrimonio a personas del mismo sexo; sencillamente era una “contradictio in terminis”, al no poder procrear. Para el denominado “padre de la sexología”, Alfred Kinsey, un sadomasoquista que abusó de niños y se propuso eliminar la herencia sexual de la cultura judeocristiana (como Freud quería liberarse del “superyo” represivo de la moral, frente al “yo”), en favor de una anarquía sexual. Preconizaba revisar y transformar los códigos morales animando a las relaciones sexuales prematrimoniales, al divorcio, al adulterio, a la poligamia y a las uniones libres; pero sin procrear, acrecentando el suicidio demográfico, pese al alarmismo malthusiano.

Pero la génesis de la ideología de género la señala Engels para quien la primera opresión de clase sucede entre la fémina por parte del sexo masculino; Marx instaba a la destrucción de la familia. Lo que pretenden estas ideologías liberticidas es destruir a la mujer y al varón, para que, una vez perdida su identidad, sean objeto de manipulación goebbelsiana por el Leviatán hobbesiano. Así están intentando destruir la familia. La verdadera amenaza de Occidente radica en desnaturalizar la sexualidad humana. De ahí la necesidad de librar en el s. XXI una revolución sexual natural acorde con la dignidad humana.

Publicado en Diario Ideal. 01/07/2022