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Redefinición del matrimonio

Después de que durante veintiún siglos no existiera ninguna duda acerca del concepto de matrimonio, ahora resulta que se está operando una profunda redefinición de esta institución milenaria, poniéndose en cuestión el futuro de nuestra cultura occidental.

En este sentido, la semana pasada el Tribunal Supremo de EE.UU. dictó una sentencia histórica (Obergefell v. Hodges) al declarar constitucional el “matrimonio” homosexual para todos los ciudadanos estadounidenses.

Es significativo que las votaciones de los jueces se decantaran con el estrecho margen de cinco votos a favor y cuatro en contra, arguyendo los favorables que se trata de una cuestión de libertad y una pretendida igualdad de todos ante la ley.

Uno de los votos particulares o discrepantes, el del juez John Roberts, indica a las claras la politización judicial, cuando no el uso alternativo del derecho: “Este Tribunal no es un parlamento. Que el matrimonio homosexual sea o no una buena idea es una decisión que no nos corresponde tomar a nosotros. Bajo la Constitución, los jueces tenemos el poder de interpretar lo que dice la ley, no lo que debería decir”.

Esgrime también el presidente del más alto tribunal que esta sentencia perjudicará al matrimonio, porque su redefinición cambia de arriba abajo el concepto de esta institución natural convirtiéndolo en una relación “más centrada en los deseos de los adultos que en las necesidades –o los derechos– de los niños”.

Esto supone ignorar que el matrimonio nació para garantizar de forma natural “que los niños son concebidos por una madre y un padre comprometidos a criarlos en las condiciones de estabilidad que proporciona una relación para toda la vida”, en palabras de Roberts.

Y, en tono paradójico, este mismo juez se pregunta qué motivos habría entonces para negar el matrimonio a tres o más personas. Al fin y al cabo, desde el punto de vista histórico, el salto que hay entre el matrimonio entre hombre y mujer y el homosexual –inconcebible en todas las culturas hasta hace unos años– es mucho mayor que el salto del matrimonio de uno con una a la poligamia, que sí se ha dado en otras culturas.

También señala que el Tribunal “se apodera de una cuestión que la Constitución deja a la gente, en un momento en que los ciudadanos están inmersos en un apasionado debate. Y que tal sentencia responde a esa pregunta (¿qué es el matrimonio?) no de acuerdo con principios neutrales basados en la ley constitucional, sino según su particular visión de lo que la libertad es y lo que debería ser”.

Por último, señala que “el aspecto más desalentador de la sentencia de hoy es que los jueces de la mayoría se ven obligados a mancillar a los que están en el otro lado del debate”. Y así, no solo concluyen sin fundamento que la Constitución ampara el matrimonio gay, sino que “presentan a quienes discrepan con ellos como personas intolerantes”.

Otro de los jueces discrepantes, Antonin Scalia, afirma que esta sentencia es un amenaza contra la democracia: “Permitir que una cuestión como el matrimonio del mismo sexo sea decidida y resuelta por un grupo de patricios viola el principio de que no existe transformación social sin representación”.

Una vez más, nos encontramos con un claro ejemplo de que la ideología gay –en este caso–, a través del Tribunal Supremo del país teóricamente más avanzado del mundo, prevalece sobre el derecho, degradándolo y convirtiéndolo en regresivo; la dictadura del relativismo se impone sobre la verdadera naturaleza del matrimonio, para, de esta forma, pretender transformarlo legalmente, pese a la frontal contradicción con la razón, con el orden biológico y antropológico, con el orden social y el mismo orden jurídico.

Hacer extensivo el matrimonio a las personas del mismo sexo, equiparándolas a la unión de un varón y de una mujer –no se puede igualar lo que es esencialmente distinto–, lejos de suponer una discriminación, es un atentado contra los derechos inalienables de la persona. La sublimación liberticida de la ideología homosexual en modo alguno conlleva la reconquista de derechos, antes bien es la manifestación palmaria de la letal enfermedad que padece la cultura occidental.